Comentario
La evolución de las burguesías europeas del siglo XVII resultó desigual. Como en tantos otros aspectos, es necesario trazar una divisoria entre los países que obtuvieron un mayor grado de desarrollo capitalista y aquellos otros que padecieron de forma más aguda los efectos de la crisis, viendo detenida la marcha de su desarrollo económico. Los primeros asistieron a un auge burgués sin equivalente en otras áreas. En los segundos, por el contrario, los grupos burgueses se deterioraron en beneficio de un reforzamiento de las estructuras sociales tradicionales, dominadas por la nobleza señorial y por el modelo aristocrático.
La crisis forzó formas de comportamiento inversor que alejó a la burguesía de las actividades económicas que habían sido propias de su clase. La incertidumbre de los negocios detrajo capitales de la industria y el comercio, y orientó las inversiones hacia terrenos más seguros. A pesar de su desvalorización relativa, efecto evidente de la crisis, la tierra mantenía su condición de refugio de valor estable. La burguesía no sólo conservó, sino que incluso incrementó, su propensión a comprar propiedades rústicas. En muchas ocasiones esta actitud, dictada por motivos económicos, formaba parte al mismo tiempo de las estrategias de ennoblecimiento puestas en práctica por los burgueses como medio de ascender socialmente y de adquirir el prestigio anejo a las clases aristocráticas.
Otra forma de deserción de los negocios vino representada por el acceso a cargos de la Administración del Estado. En Francia esta tendencia se vio muy favorecida por la venalidad de oficios públicos resultado de las necesidades financieras de la Monarquía. La venta de cargos alcanzó en este país su momento de mayor apogeo en el siglo XVII. En realidad, como sostiene Mousnier, la adquisición de un cargo era una manera de inversión segura, a la que correspondía un beneficio en forma de salarios, gajes y posición social. Numerosos hijos o nietos de comerciantes acabaron ocupando puestos de funcionario en los diversos niveles de la Administración estatal e, incluso, lograron el derecho a hacer transmisible su titularidad. Ello contribuyó a la consolidación de la nueva clase de funcionarios de origen burgués dentro de las élites locales y provinciales, pero también constituyó una fuente de tensiones con la aristocracia antigua, celosa ante el ascenso de esta nueva nobleza de toga advenediza.
En España, las capas burguesas, ya de por sí débiles, estuvieron al borde de la extinción a raíz de la crisis económica y financiera desatada a fines del XVI y que se prolongó a lo largo del XVII, lo que acentuó la polarización social y la distancia existente entre la minoría privilegiada y la mayoría no privilegiada. La burguesía tendió a hacerse terrateniente y rentista, buscando refugios de valor como alternativa a los problemas económicos. Las oscilaciones monetarias desalentaron las iniciativas de inversión en actividades reproductivas y propiciaron la inhibición de las clases medias respecto a la industria y el comercio. Muchos capitales se desviaron hacia el préstamo privado (censos), favoreciendo la conversión de la burguesía en una clase parasitaria. Cuando los moriscos españoles fueron expulsados por Felipe III, los prestamistas urbanos de Valencia -área de mayor asentamiento de aquella minoría- se resintieron de las dificultades de sus deudores aristócratas, señores rentistas de vasallos moriscos, para satisfacer las cantidades debidas por los censales, cuya garantía de devolución eran precisamente las rentas agrarias generadas por los vasallos moriscos.
En las Provincias Unidas y en Inglaterra, por el contrario, la burguesía se consolidó. En Holanda y Zelanda el desarrollo urbano y mercantil propició la formación de sólidos grupos burgueses, que fueron muy influyentes políticamente y que impusieron una particular mentalidad y forma de vida. Estos grupos nutrieron de elementos a los patriciados urbanos y proporcionaron los cuadros del Gobierno del país. En cualquier caso, no faltaron actitudes sociales y formas de inversión que ponen de manifiesto algún grado de dependencia respecto al modelo aristocrático y que han llevado a varios historiadores a preguntarse si pudo llegar a producirse un cierto anquilosamiento de la dinámica burguesía de esta zona.
En Inglaterra, la influencia social de la aristocracia retrocedió frente al avance decidido de la burguesía capitalista. La propia nobleza amoldó progresivamente sus actitudes a los usos burgueses. La expansión de la industria y del comercio colonial favoreció la creación de fortunas y el ascenso económico, social y político de la burguesía. Las formas políticas y la mentalidad social, crecientemente teñida de un utilitarismo pragmático, se adaptaron a las concepciones representadas por los grupos emergentes. En cualquier caso, la historia social inglesa del siglo XVII no debe reducirse a una mera dialéctica de enfrentamiento entre aristocracia y burguesía capitalista. Ello representaría ignorar una realidad de integración, al menos parcial, de ambos niveles en unas élites oligárquicas que dominaron la vida económica y política del país y que se nutrieron indistintamente de uno y otro sector social.